el precio que pagamos por la comunidad
¿Es ser incomodados el precio que pagamos por estar en comunidad? ¿Y la soledad es el precio de la comodidad?
Suspiro molesta, es la cuarta vez que me hacen esa pregunta.
Hay días en los que no soporto a la gente, no me soporto a mí tampoco. Me desesperan los pequeños errores, sobre todo esos que tengo la fantasía de que no se repetirán jamás.
Me molesta, en sobremanera, que la brecha entre lo que una quiere decir y lo que el otro entiende es gigantesca. Cada día que pasa, pienso que la comunicación clara es un milagro.
Vivir en comunidad es eso, estar incómodo bastante más tiempo de lo que nos gustaría, hablar de lo mismo una y otra vez porque no soportamos nuestras viejas manías.
Y está bien.
Es humano incomodarse por los hábitos ajenos, somos mundos distintos intentando habitar el mismo lugar. Incomodarse es parte del proceso.
Existe una frase que repetimos con frecuencia en el lugar de trabajo: "si deseas llegar con rapidez, ve solo, si deseas llegar lejos, ve acompañado".
Nos la repetimos sin parar, porque nos ayuda a soportar las pequeñas y grandes manías de nuestros compañeros que, por más que los queramos, nos sacan de quicio.
Trabajar en comunidad, vivir con más de un par de manos es incómodo. No hay por qué negarlo, es magnífico, pero también es un desastre.
Estar juntos no siempre es conveniente, es caótico y doloroso.
Mis heridas raspan sin querer las del otro, y de pronto estamos ahí todos conversando con la carne expuesta, vulnerables.


Tengo la sensación de que nuestra sociedad está obsesionada con la comodidad, con la neutralidad absoluta, con el minimalismo emocional.
Emociones reducidas a su volumen mínimo. Sin gritos, sin conflictos, diálogos que solo diría una computadora. Nos aterra todo aquello que se salga de cierto rango de volumen.
Viví cuatro meses en un país donde nadie se saludaba con abrazos, y la gente se impresionaba de que me sentara a comer en la mesa de la cocina y no frente al televisor.
No te voy a mentir, fueron los cuatro meses que más cómoda me he sentido en la vida, no estaba “obligada” a convivir con nadie, mis ratos libres los dedicaba a tomar el sol mientras leía embarrada en bronceador.
Instantes preciosos, que atesoro con recelo en mi memoria, nadie me interrumpía, nadie me pedía favores, nadie me sacaba de quicio.
Muchas veces aspiramos a una vida así, sin interrupciones ajenas, sin inconvenientes.
Y lo que no sabemos es que el precio que pagamos por una vida así es la soledad. Hemos romanizado tanto la comodidad de nuestra individualidad que no nos percatamos cuando nos pasa la factura.
Poco se habla de la epidemia que de soledad generalizada que hay en muchos países del supuesto primer mundo. De todos los antidepresivos recetados y de los adultos mayores que entran a trabajar a Uber no porque necesiten el dinero, sino para “platicar con gente nueva”.
Llorando algo que ni siquiera saben que han perdido, no tienen palabras para designar eso que les falta. Compañía. Lazos. Conexión.
The vitally important corollary is that evolution shaped us not only to feel bad in isolation, but to feel insecure, as in physically threatened. As we will see, once these feelings arise, social cognition can take the sense of danger and run with it.
Ese es el precio que pagamos por nuestra vida llena de colores neutrales y suegras poco metiches.
La falta de conexiones significativas con otros. Conexiones que muchas veces nos parecen demasiado inconvenientes y decidimos no invertir en ellas.
El desastre, el desorden, el caos, las interrupciones, los favores, los olvidos y malentendidos, son todas las cosas que nos vamos a encontrar cuando la ecuación se vuelve de más de una persona.
Pero también encontraremos, compañía, testigos, amor, conexión, consejos, y otros ojos donde reflejarnos.
Cada quien decide el precio que quiere pagar.
Pero a mí me asustan esas vidas inocuas que parecen sacadas de la revista Vogue, esas casas perfectamente ordenadas donde se ve que evidentemente no son habitadas por nadie.
Los hogares, esos calentitos en los que uno se siente acogido de inmediato, tienen cierto grado de desorden, de humanidad.
Esto es quizás para otra entrada, pero tengo la sensación de que, ahora que estamos entrando en la era de la inteligencia artificial, esos atisbos de error, de caos, de incomodidad, se volverán cada vez más preciados como símbolos de nuestra humanidad.
In fact, what she needed was not less social connection, but connection that felt more meaningful.
preguntas que traigo en la mente esta semana
¿Qué hay del otro lado de la vergüenza?
¿Cómo se siente la libertad en mi cuerpo?
Totalmente de acuerdo contigo, yo solo agregaría que quizá el problema es que nos enseñan a vivir en sociedad y no en comunidad. Aunque son términos que en muchas ocasiones se emplean con el mismo fin, tienen diferencias. Una de las más claras que he encontrado es que la sociedades son más grandes y los lazos son más formales. En cambio las comunidades son más pequeñas y los lazos son más íntimos y familiares.
Para mi en eso radica una gran diferencia y si aprendiéramos a vivir más en comunidad que en sociedad, creo que las cosas podrían ser distintas.
Gracias por compartirnos esta reflexión tan necesaria en este tiempo de aislamiento y separación 🙏🏻
Haya, que lindo lindo texto y que importante las reflexiones que haces. Después de vivir mucho tiempo en busca de la hiperindependencia, estoy pasando por un proceso donde comprendo y valoro mucho más al humano, y aunque tolerar todas esas pequeñas cosas que mencionas (que son parte de ser humanos) todavía no es tan sencillo, pero estoy segura de que en mi camino vienen nuevas formas de conexión y comunidad. Gracias por que tu texto llegue en un momento clave <3