-¿Qué harías si supieras que vas a morir mañana?
Le pregunté un día, y Gael respondió seguro.
-Tendría un día común y corriente.
Hay algo hermoso en lo cotidiano, en las aventuras sencillas de todos los días.
Hay algo profundamente sanador en eso, en escuchar las risas de los amigos, en los abrazos furtivos, en la espuma del café, en el primer bocado de un platillo delicioso, en ponerse la ropa después de bañarse en el río, en el alivio de encontrar algo que creíamos perdido.
Todo este año he estado peleándome con la idea de que me estoy conformando demasiado, de que hay algo mal aquí adentro porque no puede ser que en esta vida solo me baste con estar cerca de la gente que quiero y la posibilidad de crear.
Ese pensamiento ha regido mi 2024, y, sin embargo, es el año en el que menos ansiedad he tenido, más he crecido, aprendido, amado y disfrutado.
Me siento en paz, por primera vez en mi vida, en el pueblo en el que crecí, con la gente que me rodea. Pero esta idea absurda de que a mi alrededor todos me estan juzgando por la vida que elegí, no se va.
Llevo una vida diciendo que no me importa lo que los demás piensen de mí (como si no fuese humana). Sin embargo, hay una voz que no para de gritarme en la cabeza. Una voz que no importa qué camino tome, no para de decirme que no estoy alcanzando mi potencial, que lo podría hacer más grande, mejor.
¿Qué mierda es el potencial, si no la palabra detrás de la que se ocultan las expectativas ajenas?
Tengo la sensación de que los padres de mis amigos me miran juiciosos.
- Ella pudo haber hecho más de su vida.
¡Qué mentiras se cuenta el cerebro, y qué arrogantes los seres humanos!
He gastado más energía de la que me gustaría en intentar probarle al mundo que las decisiones que he tomado son las correctas.
He construido, hecho y deshecho un sin fin de cosas con la única esperanza de que alguien murmurara a lo lejos; pensé que se había equivocado, ahora veo que no.
He ido y he vuelto más de una vez. Todo para probar un punto. Un punto que a nadie le interesa tanto como pensé.
¿Dejaste tu trabajo corporativo? ¿En un arranque de valentía cambiaste de sueño? ¿Ahora decidiste que eres panadera? Pareciera que hay que trabajar el doble, el triple, para probarle al mundo que no nos equivocamos.
Que todos esos cambios inesperados tienen un sentido, que algún día seré una gran escritora o tendré una franquicia de panaderías, y entonces hasta ese día habrá válido la pena. Mientras no. Mientras una no se puede permitir ser feliz con sueños diminutos.
Quizás tú no, pero yo me meto en muchas cosas solo para probarle al mundo que puedo. Suena muy arrogante, pero a veces me persigue la idea de que yo pude haber sido una gran doctora, de que quizás podría estar haciendo cosas más grandes. No porque quiera, ni porque me haga feliz, solo porque quiero que me vean.
Pero joder, ¿a quién le importa?
No todo tiene que ser grande y vistoso para haber valido la pena. Se vale ser feliz ahí, amasando 10 panes al día y escribiendo un blog para desconocidos. Se vale ser feliz ahí sin crecer, por crecer, por pura inercia.
Se vale pausar y preguntarnos de dónde diablos vienen esas ganas de hacer por hacer.
Soy una mujer de gustos simples, pocas cosas me hacen tan feliz como poder disfrutar un totopo de Juchitán que no necesita ni limón. Y llevó una vida sintiéndome culpable por ello, buscando ambiciones entre las rocas, porque no sé dónde aprendí que la gente como yo debería de desear algo más grande.
Llevo más tiempo de lo que me gustaría, apropiándome de sueños ajenos, sueños que se sienten lejanos, fríos.
Sueño con una vida simple, como la que tengo enfrente. Disfruto del sol contra mi piel desnuda, de sentir la hierba bajo mis pies. Disfruto de compartir una mirada deliciosa y las risas escandalosas. De la comida picante en mi boca.
Quién sabe, quizá en unos años todo cambie y me entren ganas de comerme el mundo. Cuando así lo sienta, así lo haré.


preguntas que traigo en la mente esta semana
Me obsesionan las preguntas, esas llaves diminutas que abren mil puertas. Cada semana dejaré por aquí las preguntas que traigo rondando en la mente, te las regalo.
¿Cómo me hago responsable de mi propio deseo? ¿De mi propio placer?
¿Y si todas las que somos demasiado maduras para nuestra edad, simplemente fuimos niñas a las que el mundo les hizo creer que no teníamos derecho de hacer berrinche?
Me había sentido culpable por no tener ambiciones tan grandes como otras personas.
Pero ahora estoy en paz…
La vida sencilla es lo más difícil de conseguir