Me enseñaron a complacer.
Y el día que no lo hice.
Lloré hasta dormirme.


Son las únicas palabras que pude escribir en mi cuaderno, no sé cómo hablar de esto. No sé cómo hablar de un dolor que sé, que no es mío, de un dolor que se siente tan profundo que se confunde con la carne, con esa que se pega a los huesos.
Estoy cansada de levantarme todas las mañanas y sobreactuar. Elegir el vestuario más vistoso, y aprenderme las líneas mejor que nadie. Me encanta ser la alumna favorita de la vida, me fascina la aprobación del mundo.
¡Qué peligrosa adicción!
Porque la cruda verdad es que no persigo amor, ni aceptación. Estoy persiguiendo validación.
No quiero que me miren, ni que me deseen, ni siquiera que me amen, quiero que me validen. Una y otra vez.
El deseo ajeno me hace sentirme validada, a mí y muchas mujeres en este mundo. Sabernos “consumibles” en algún rincón retorcido, aprendimos a que nos hiciera sentir bien, poderosas, y en control.
Me arde la piel, y las lágrimas se me escurren sin permiso. No sé quién ser en este mundo, sino complacer al otro.
Me siento en peligro cuando no lo hago.
Me hace sentir incapaz, estúpida, como si la gente se quedara a mi lado por el grado en el que se sienten complacidos con mi presencia, ¿acaso no es así?
¿Habrá alguien allá afuera que pueda amarme aunque no lo complazca?
Me enseñaron a complacer, a comprar calzones de encaje y a vestirme como muñeca.
A pararme en escaparates y cuidar de otros.
Soy una experta, si estuviera a mi lado me amarías. Hago las preguntas correctas y modero mis opiniones al nivel de la conversación.
No me gusta quedar mal, me asusta la imperfección como si todo esto que soy fuera una tremenda fachada para ocultar todos estos defectos de adentro. Un hermoso performance que deja de parecerlo cuando caminas tras bambalinas.
¿Habrá alguien allá afuera que decida quedarse una vez que se caiga el telón?
No quiero saber qué pasa después del show. No quiero quedarme a mirar cómo la gente se marcha poco a poco.
Tengo miedo de no complacer porque tengo miedo de quedarme sola.
Tengo miedo de que este cuerpo mío me haga in amable, este pelo, este cerebro extraño, estos chistes que nadie comprende, estas opiniones subidas de tono.
Tengo miedo de que los defectos de fábrica salgan a la luz y al final solo quedé yo mirándome al espejo.
Llevo muchos años silenciosamente convencida de que hay algo en mí que me hace indigna de ser amada, algo que no puedo señalar, que cambia con los años y según el humor.
Y por eso me hago añicos la cabeza para complacer, porque quizás eso sea suficiente para ocultar los defectos de fábrica.
¿Estarán las personas suficientemente complacidas con mi trabajo? ¿Con mi comida? ¿Con mi amistad? ¿Con mis palabras de aliento? ¿Con mis caricias? ¿Con mis chistes?
Complazco porque estoy constantemente intentando compensar una pila de cosas obscuras que ni siquiera sé cómo nombrar.
Compensar.
Eso es lo que he hecho toda la vida. Compensar por una culpa que no me pertenece, compensar por un dolor que yo no infligí.
No hay nada que compensar. Nada por lo que ponerle brillantina.
¿Qué estoy escondiendo? ¿Qué pecado cometí?
Soy experta en agarrar pretextos para justificar que no soy alguien amable. Tengo ensayos completos en la mente que fabrico justo antes de dormir.
Tratados completos que justifican mi sobreactuación. En el trabajo, en las relaciones, en el sexo, en los chistes, en el trato con extraños.
Es agotador mantener esta farándula, es agotador tratar de esconder algo que cambia de lugar.
Me enseñaron a complacer, y la pura verdad es que no sé cómo dejar de hacerlo.
Así me la he pasado conduciendo deseos ajenos. Transformándome en todas las versiones posibles para complacer lo suficiente a los otros. Cambiando de piel, adecuando expectativas, sueños y caminos.
Lo he leído todo, escuchado todos los podcast, hecho todas las terapias, para arreglar esto que traigo adentro. Porque si mi presencia no te complace lo suficiente, probablemente hay algo que reparar dentro de mí.
Siempre habrá algo.
¿Tienes un problema? Ven, siéntate junto a mí, que yo de alguna manera encontraré la manera de hacerme responsable y solucionarlo por ti.
Los hombres y las mamas me aman por eso. Porque estando conmigo nada es su responsabilidad.
Años infantilizando al mundo de una manera cruel, estafando a todos para que no vivan las consecuencias de sus acciones porque yo tengo demasiado miedo de quedarme sola.
Estafando a todos porque así quizás se queden a mi lado.
Y no, hoy no me voy a sentir culpable por la estafa. No tengo energía para reprocharme, hoy solo voy a llorar.
A los duelos no se les puede poner fecha de caducidad, pero me di al menos una semana para llorar, una semana en la que no toca hacer nada más que sentir.
Una semana, porque este cerebro pragmático no entiende que este duelo va a regresar, en unos meses, quizás cuando crea que ya lo he olvidado.
Nunca me había dejado llorar por esto. Me disfracé tan bien para el mundo que terminé por confundirme a mí misma.
Hay que llorarle a esa que no se siente digna de amor, a esa que todas traemos bien adentro, a la que los recovecos de la vida hicieron sentir defectuosa.
Hoy le lloro a ella, a la niña que se muere de miedo cada vez que alguien señala que estoy por debajo de sus expectativas.
Hoy lloro con ella, por la que no sabe separar la retroalimentación de la persona. Por la que aún sigue convencida de que si no complace al otro, la gente la dejará sola.
Y lloro por mí, que se me escapan las lágrimas mientras escribo esto, porque aún no logro entender cómo es que podría estar equivocada.
Me la paso amando heridas, coleccionándolas hasta que cicatrizan, ¿habrá alguien que ame la mía?
He decidido rendirme, y rendirse duele más que seguir persiguiendo.
Ya no quiero preguntarme más qué hacer, ni otro curso, ni solución novedosa.
No hay nada que arreglar dentro de mí. Ni una enorme sombra que compensar.
Una experta complaciendo a otros que nunca se ha parado a complacerse a sí misma.
¿Cuándo me he preguntado si me complace a mí? ¿Cuándo me he preguntado si esta situación realmente me tiene cómoda? ¿Si me gustan esas opiniones o no?
Dicen que la tristeza sirve para integrar, claro, te lo dicen con una sonrisa en la cara.
¿Qué diablos tengo que integrar yo?
Quizás que llevo demasiado tiempo sintiéndome indigna de amor, de conexión. Encontrando pretextos y proyectos por arreglar.
¿Quién soy si no complazco? Supongo que sigo siendo yo, quizás un poco más libre. Quizá un poco menos cansada. ¿Qué haría si no tuviera que probarle al mundo que soy suficiente? ¿Qué, a pesar de todo, soy digna de amor y conexión?
Quizás tendría más ganas de escribir. Más tiempo para pensar, y más espacio para experimentar.
Y quién sabe, quizás esta identidad completa la construí al rededor de complacer. No prometo nada, ni reinventarme, ni convertirme en mi mejor versión, de esas narrativas es de las que estoy cansada.
Esta semana prometo llorar, y dejarme invadir por la tristeza. Y quién sabe quizás la próxima, o dentro de dos, o tres. Cada vez que busque complacer a un otro, intentaré cambiar la pregunta y pensar: ¿y a mí, en este preciso instante, que me complacería?
Hola, Haya. Me he visto tan reflejada... el aparentemente inocente "people pleasing" es terrible para quienes vivimos con ello. Es desgastante hasta la médula... Dejarlo atrás fue un proceso larguísimo para mí (más de una década), y aún asoma de vez en cuando.
He dudado entre si compartirte esto en público o escribirte por privado, pero creo que tal vez pueda servir a alguien si lo dejo en público. Así que allá voy.
Te comparto que a mí, para dejar de verme como "fallida" o "intrínsecamente defectuosa", me ayudó mucho el "cambiarme de ojos": quitarme los ojos tiránicos con los que siempre me había mirado a mí misma (que eran los de mi madre, sobre todo), y elegir ponerme voluntariamente los de mi hermana pequeña, que siempre me miró con una admiración y un amor infinitos. 😌
Quitarme las gafas/lentes de color negro con los que mi madre me había visto siempre, y ponerme las gafas de color rosa con las que mi hermana me miraba desde siempre.
Mis padres no supieron mirarme nunca con apreciación ni amor sincero, y por eso yo tenía interiorizada ese tipo de mirada hacia mí misma. Y claro, no sabía mirarme de otra manera.
Pero en cierto punto en mi proceso elegí "imitar" a mi hermana, emular su mirada y su manera de tratarme para acostumbrarme a verme así (muy torpemente al principio). Y poco a poco fui aprendiendo a verme a mí misma con los ojos del Amor.
Me costó mucho tiempo, y lo de usar a mi hermana como ejemplo a seguir no fue lo único que tuve que hacer, pero sí fue un buen punto de partida.
Y no es que dejase mágicamente de ver mis sombras y mis defectos (ni lo pretendo), pero conseguí dejar de verme a mí misma como un error que subsanar o por el que suplicar perdón (o validación) eternamente.
Ojalá tú tengas en tu vida a alguien que te mire con ojos de Amor infinito y cuya mirada imitar. Incluso aunque sea la de un animal de compañía, también puede servir. Mi gato de aquél entonces también me ayudó mucho en ese proceso de cambio de mirada (aunque tal vez les pueda parecer un chiste a algunas personas...).
Te mando un gran abrazo, Haya. 💜🙏 Te deseo lo mejor.
Tan familiar me resulta todo lo q sentís! Muchas veces me sentí mujer maldita o una persona incapaz de encontrarse con un otro y tener experiencias de pareja. Yo pude superarlo cdo empecé a mirarme y complacerme a mi misma. Me di cuenta de que una soledad voluntaria y decidida por una es más plena que una pareja construida en base a tu complacer, a tu amabilidad, a no decir nunca que no, a estar con otro que en verdad no te quiere lo suficiente. Quizá ese sea un sufrimiento heredado pero nos toca sanarlo a nosotras. El descenso hasta encontrarse con una es difícil pero lo vale minuto a minuto....Te deseo q te reencuentres con vos pronto🫂🫂🫂